Rev Esp Endocrinol Pediatr

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Rev Esp Endocrinol Pediatr 2023;14 Suppl(1):33-35 | Doi. 10.3266/RevEspEndocrinolPediatr.pre2023.Mar.799
Salud mental en el menor
Mental health of children

Sent for review: 7 Mar. 2023 | Accepted: 7 Mar. 2023  | Published: 21 Mar. 2023
Montse Esquerda-Areste
Servicio de Pediatría. Hospital Sant Joan de Déu Terres de Lleida Directora del Institut Borja de Bioètica. Universitat Ramon Llull. Barcelona.

‘Para perseguir los mejores fines, precisamos los mejores medios’. 

F. Hutcheson

Desde el ámbito de la pediatría, la salud mental infanto-juvenil es, seguramente, una de las subespecialida- des pediátricas más alejadas. La distancia de esta área de conocimiento se ha traducido en que la forma- ción en este ámbito es escasa, opcional o irregular, más relacionada con las inquietudes o el interés del propio profesional, o con la oferta formativa por un trastorno concreto, que con el planteamiento de cuáles son las competencias mínimas que cualquier pediatra debería tener en salud mental infanto-juvenil.

Este hecho se une a un progresivo incremento en las últimas décadas tanto en la prevalencia como en la incidencia de problemas en salud mental. Diferentes estudios1-4, antes de la pandemia, hacen una aproxi- mación a la prevalencia de trastornos mentales en la edad infantil, en entornos cercanos al nuestro, y mues- tran una prevalencia de un 13-18%, de los cuales aproximadamente un 4-6% son trastornos mentales gra- ves5 y un 10% presentarán deterioro funcional como consecuencia del trastorno4. Esta tendencia previa se ha intensificado con la pandemia de COVID-196.

Hay que tener en cuenta que el impacto de los problemas en salud mental no afecta tan sólo al ámbito psicoló- gico, sino que se correlaciona con un incremento del riesgo de padecer diversas enfermedades con el paso del tiempo, así como con un riesgo significativo de tener complicaciones de salud física7. Es importante tener en cuenta que el deterioro no se da sólo en el ámbito de la salud, ya sea mental o física, sino que se aprecia también en los ámbitos familiar, escolar, social y, posteriormente, laboral y económico7-10. Así como los condicio- nantes económicos están relacionados con el desarrollo de trastornos mentales, sufrir un trastorno mental en la infancia tiene también un impacto económico en la familia8-12.

Asimismo, numerosas investigaciones muestran un correlato del trastorno mental infantil con el adulto11,12. Tanto el trastorno mental infantil como los estresores vitales tienen efectos perjudiciales a lo largo de la vida no sólo en la salud mental, sino que comportan una afectación también en la salud física y en la calidad de vida11,13,14.

El pediatra está en una posición privilegiada15-17, tanto con relación a la prevención como a la identificación precoz, así como, quizás, al abordaje en salud mental, por su longitudinalidad, pues suele conocer a la fa- milia y a los niños prácticamente desde el nacimiento y, además, suele ser seguramente uno de los prime- ros profesionales a los que las familias consultan como referentes de confianza ante las más diversas pro- blemáticas o dudas.

Es cierto que la aproximación a la salud mental es más compleja que en otros ámbitos de la pediatría: el modelo biomédico da respuesta muy parcialmente en este ámbito y es imprescindible dar el salto al abor- daje biopsicosocial. Seguramente, en la salud mental es donde se evidencia mejor que ‘pese a que hemos heredado del siglo XX un concepto de enfermedad biopsicosocial, no disponemos de abordajes donde se integren y complementen los ámbitos biológico, psicológico y social’18. La salud mental nos obliga a salir del modelo biológico y buscar aproximaciones multi- y transdisciplinares, y esto es un gran reto.

Todos estos factores, como la lejanía del área de conocimiento, la formación irregular, el incremento de la prevalencia e incidencia, la posición referente del pediatra y las dificultades en el abordaje de la salud men- tal infanto-juvenil, hacen no tan sólo necesario, sino imprescindible, intentar definir y estructurar cuáles se- rían las competencias básicas de una pediatra en el ámbito de la salud mental, entendiendo por competen- cia el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes.

En 2004, la Academia Americana de Pediatría se planteó la mejora de la calidad de la salud mental de los niños y adolescentes en atención primaria, con tres objetivos claros: facilitar el cambio de sistema, desarro- llar habilidades y cambiar la práctica clínica de forma gradual19.

Para alcanzar estos objetivos se creó el grupo Task Force on Mental Health. Este grupo ha promovido dife- rentes documentos19-22, recomendaciones, algoritmos y, en 2009, junto con el Committee de Psychosocial Aspects of Child and Family Health, planteó el tema de las necesidades formativas y competenciales del pediatra en salud mental22.

La Academia Americana de Pediatría definió seis áreas competenciales que habría que desarrollar: prácti- ca basada en sistemas para mejorar la base organizativa y económica de la asistencia y la práctica clínica, asistencia de los pacientes, conocimientos médicos, aprendizaje y mejora basados en la práctica clínica, habilidades interpersonales y de comunicación, y profesionalidad. Las limitaciones más importantes para desarrollarlas serían la carencia de formación y de tiempo19-22.

Tal y como señala el documento, el desarrollo de las competencias es un objetivo final, sería el ideal a al- canzar, no una realidad actual. De hecho, el mismo documento señala dos itinerarios para llegar: uno basa- do en estrategias para la formación durante la residencia y otro para la formación de pediatras con expe- riencia previa.

Saxe et al.23 hablaban ya en 1998 sobre salud mental infanto-juvenil, y sobre el ‘gap between what we know and what we do’, el agujero o abismo entre lo que conocemos y lo que realmente se hace. Será imprescin- dible generar conocimiento para poder rellenar esta brecha que aún persiste24,25.

Podríamos decir que la pandemia nos ha mostrado la enorme interdependencia y el valor de una buena salud mental. La pediatría del siglo xxi será biopsicosocial o no será, es decir, o será capaz de abordar la promoción de una buena salud mental, la prevención, el diagnóstico precoz y algunos abordajes, o no po- drá dar respuesta a las necesidades de los niños del siglo XXI.

References

1. Ries K, Nakamura E, Kessler R. Epidemiology of mental disorders in children and adolescents. Dialogues Clin Neurosci 2009; 11: 7-20.[Pubmed]

2. Polanczyk GV, Salum GA, Sugaya LS, Caye A, Rohde LA. Annual research review: a meta‐analysis of the worldwide prevalence of mental disorders in children and adolescents. J Child Psychol Psychiatry 2015; 56: 345-65.[Pubmed]

3. Navarro E, Meléndez JC, Sales A, Sancerni MD. Desarrollo infantil y adolescente: trastornos mentales más frecuentes en función de la edad y el género. Psicothema 2012; 24: 377-83.[Pubmed]

4. Roberts RE, Attkisson CC, Rosenblatt A. Prevalence of psychopathology among children and adolescents. Am J Psychiatry 1998; 155: 715-25.[Pubmed]

5. Asociación Española de Neuropsiquiatría, (2009). Informe sobre la salud mental de niños y adolescen- tes. Madrid: AEN.

6. Samji H, Wu J, Ladak A, Vossen C, Stewart E, Dove N, et al. Mental health impacts of the COVID‐19 pandemic on children and youth–a systematic review. Child Adolesc Ment Health 2022; 27: 173-89.[Pubmed]

7. Mental Health Comission of Canada. Why investing in mental health will contribute to Canada’s prosperity and to the sustainability of our health care system. Ottawa: Mental Health Comission of Canada; 2013.

8. Patel V, Flisher AJ, Hetrick S, McGorry P. Mental health of young people: a global public-health challenge. Lancet 2007; 369: 1302-13.[Pubmed]



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